EL PRÍNCIPE DE LA DULCE PENA

EL PRÍNCIPE DE LA DULCE PENA

 

Relato extraido de Fanfiction.

 

  El oscuro manto de la noche cubría ya casi por completo la ahora mojada ciudad de Londres, después de intensos días de devastadora y refrescante lluvia, mientras el susurrante murmullo de los árboles acunaba a los apresurados viajantes que, osados, se atrevían a salir a la calle junto a aquel imponente viento, que arrastraba todo a su paso.

  Y allí, solo una más entre aquella multitud, estaba ella, siempre altiva y orgullosa. Su castaño cabello, todavía por domar, caía sobre sus hombros, y sus ojos café relucían alertados por la intermitente luz de los semáforos y los insinuantes letreros que ocupaban la avenida.

  Siempre ella, Hermione Granger.

  Estaba hundida, desesperada. Se le iba la vida, se estaba ahogando en soledad… le faltaba el aire… su aire.

  Le faltaba Ron.

  Las esferas café de la chica volvieron a teñirse de amargas lágrimas ante el solo recuerdo del pelirrojo, todavía por borrar de su mente… todavía demasiado  reciente.

  Y todo estaba plasmado, febrilmente escrito a fuego en sus ojos, en su piel, en su mundo ahora derrumbado.

  La traición.

  Su ex novio recorriendo sin descanso las desnudas curvas de aquella mujer, en su casa, su habitación… delante mismo de sus narices. En su cama.

La cama que ellos dos solían compartir, aquella cama que había sido testigo de esas promesas ahora vacías de amor… se las había llevado el viento, sin dejar rastro alguno.

Y dolía. Vaya que si dolía.

  Dolía la ingenuidad, con todo el impulso de los latidos de su corazón desgastado.

Dolía pensar en él, dolía tan solo el recordarle… pero no podía dejar de hacerlo.

Todavía recordaba sus ojos azules suplicantes cuando se decidió a lanzarle lejos de su vida, donde las consecuencias de sus actos no pudiesen alcanzarla.

  Donde recordarle no fuese una tortura.

  Pero había fracasado. No podía vivir sin el néctar de sus besos, sin su cálido aliento acariciando su nuca… era eso, simplemente. No podía.

  La aplastante realidad cayó entonces sobre ella, queriendo, tal vez, que parase junto a aquella vieja iglesia, y dejase todo el peso de su cuerpo sobre sus rodillas, quedando casi sentada sobre la fría acera, entregándose por completo al llanto que había contenido por tanto tiempo.

¿Por qué, si ella lo amaba con todo lo que poseía? ¿Por qué, si se lo había dado todo?

  Ligeras convulsiones recorrían su cuerpo, no sabía si a causa del gélido viento o su propio llanto, haciendo que escondiese todavía más su atormentada cabeza entre sus dos temblorosos brazos.

¿Cuánto tiempo continuó en aquella posición?

La gente seguía pasando a su lado, rozándola, enfrascada en su propio mundo, sin prestarle atención, sin ni siquiera mirarla… un mundo del que ella jamás había formado parte.

Siempre diferente. Había sido así, desde que tenía uso de razón.

"¿Dónde esta mi lugar? No soy como los demás…

Yo sé pensar.

Estoy sola y tengo miedo."

Entonces, una brisa diferente la sobresaltó, una brisa desconocida, y una figura masculina hizo su aparición, trayendo consigo una fragancia hipnotizante, envuelta en una sugerente neblina.

Menta.

Pero Hermione no se movió. No había razón por la que seguir viviendo, seguir su camino, volver a empezar… había perdido todo cuanto poseía.

Y cuando volvió a levantar la mirada, aquella sombra nocturna había desaparecido.

Tal vez hubiera sido una treta de su imaginación, una sucia y vil jugada de su atormentada mente…

Pero no importaba.

Aquel sentimiento ardía de nuevo causando estragos en su interior, quemándola.

Curiosidad.

Y fue aquel nuevo impulso el que la condujo a levantarse con parsimonia de su recoveco en la acera, en busca de su misterioso príncipe.

Sonrió. El olor a hierba fresca todavía perduraba en el ambiente, conduciéndola directamente a las puertas de esa ya olvidada iglesia, donde un perturbador escalofrío la recorrió entera.

Mas no dudó un segundo en posar su delicada mano en la madera ya roída, y empujarla hasta lograr el propósito de abrir casi por completo la puerta, atisbando débilmente a vislumbrar el interior.

Jamás olvidaría aquella imagen.

Perduraría eternamente en su mente, como un especial retrato milenario grabado sobre la dura piedra, eterno, aún desgastado por el paso lento de los años.

Como la obra de arte que era.

La cruz de madera del antiguo convento, invertida sobre el condecorado altar, relucía en todo su esplendor, anhelante, a esperas de una nueva oración que había tardado largo tiempo en llegar.

El cáliz de oro, reposaba sobre la mesa, rebosante de vino, y el pan de la vida estaba mismamente esparcido sobre esta, echo añicos.

Y allí, justo allí, al final de la desteñida alfombra roja, se encontraba él, arrodillado, con el ceño levemente fruncido, concentrado en lo que quisiera que estuviese haciendo en aquellos momentos.

Su platino cabello relucía junto al débil foco que a duras penas se mantenía en pie, sus finas y aristocráticas fracciones estaban perfectamente marcadas, sus finos y llamativos labios curvados en una cínica sonrisa, y sus ojos… cerrados.

La chica se adentró entonces en la iglesia, observándolo todo a su paso, como si de una niña pequeña se tratase… como la niña pequeña que un día había sido.

Paseaba sus manos por los bancos ya tambaleantes, y sus zapatos resonaban a cada nuevo paso que daba. No había posibilidad de que aquel hombre no estuviese enterado de su repentina llegada, mas no varió ni un ápice en su posición.

Solo cuando Hermione detuvo su marcha por el largo pasillo que llevaba al altar, el misterioso chico (de aproximadamente 23 años) viró hacia su derecha, y fijó sus ojos en la castaña.

Grises.

Como el mismísimo cielo en un día de tormenta, esos ojos habían conseguido hechizarla, solo con una mirada…

Una simple mirada, que para ella había significado todo.

¿Qué secretos escondían esos ojos?

No supo porqué, y tenía la certeza de no saberlo nunca, aún así no pudo evitar aquella extraña conexión que se hizo presente con el solo choque de su mirada junto con la del joven. Una extraña sensación de familiaridad la envolvió, y algo muy dentro de ella le aseguró que había estado esperando aquel momento toda su vida.

Y tal vez así fuera.

Pero los confusos pensamientos de la chica fueron interrumpidos por una sugerente y suave voz, proveniente de los labios del chico.

-Acércate.

Nada más.

Ni un saludo, ni un nombre, ni un reproche por haber seguido sus pasos…

Y aún así, ella obedeció. No sabía muy bien porqué, solo sentía que así debía hacerlo. Caminó, en lo que a ella le pareció una tortuosa eternidad, hasta llegar al lado del chico, que todavía se encontraba arrodillado frente al altar, pero ahora la miraba con un creciente interés reflejado en sus orbes grisáceas, en lugar de a la figura de Jesucristo.

Hermione: -¿Quién eres?- formuló sin mirarlo, pues se encontraba absorta observando los coloridos cristales de la iglesia- ¿Cuál es tu nombre?

-¿Realmente importa?- rió el chico, despreocupado, dejando así entrever unos colmillos blanquecinos, que a Hermione se le antojaron más afilados de lo normal.

Ella solo frunció el ceño, y el chico solo sonrió con arrogancia, aún así, la castaña se sorprendió pensando que era un gesto adorable.

-Draco.

Dragón.

No supo porqué, pero le pareció el nombre perfecto para el hombre que ahora se alzaba frente a ella, sacudiendo el polvo de sus oscuros pantalones y acomodando la larga capa sobre sus hombros.

Hermione: -Yo soy…- quiso decir la chica, mas no le fue dada la oportunidad de continuar.

Draco: -Hermione…- se acercó más a la chica, rozando con la yema de sus dedos el cabello de la chica, provocándole fríos sudores que recorrían su espalda.

Hermione: -¿Cómo? ¿Acaso nos conocemos?- preguntó ella, perturbada por la cercanía del chico.

Draco: -Ojala y así fuese, pequeña… Ciertamente te sorprendería la cantidad de cosas que puedo hacer- respondió el rubio, sin apartar todavía sus suaves manos del cabello de Hermione.

Apoyó entonces su frente en la de la chica, mientras millones de cuestiones se formulaban en la ágil mente de esta, reprochándole.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¡Era un completo desconocido! ¿Quién podía asegurarle que nada malo podía hacerle? ¡Nadie!

Ofuscada, trató por todos los medios de separarse de aquel involuntario contacto, sin reparar en los dos firmes brazos que la sostenían firmemente por las muñecas, impidiendo escapada alguna.

Lo miró entonces, reprochante, mas como toda respuesta recibió únicamente la sonrisa del chico, de nuevo.

Aquella sonrisa que, tuvo la certeza, jamás podría olvidar…

Algo dentro de ella, muy adentro, le dijo que así estaba bien, merecía un descanso… podía permitirse el dejarse llevar… no importaban las consecuencias.

No importaba el mañana, si es que lo había.

Solo importaba la noche, la soledad que la asediaba… aquella que solo Draco, con su mera presencia, podía acallar.

Sintió los platinados cabellos haciéndole cosquillas, y también notó como él comenzaba a deslizarse hasta posar su cabeza en el hueco de su cuello, mordiéndolo suavemente, rozándolo de forma tremendamente sensual tan solo con la punta de su nariz, haciéndole estremecer.

Sus manos recorrían, sin prisa alguna, las curvas de la castaña, que suspiraba complacida a cada nuevo movimiento.

No estaba bien, aquello no estaba bien. No por él, no por ella.

Era la iglesia. La imagen del Mesías prometido, observándoles atentamente, era lo que no le permitía proseguir.

Y no, no era cristiana, tampoco creyente, y aun así seguía sin parecerle correcto.

Y tan rápido como todo había comenzado, terminó. Él se separó de ella y, sigilosamente, cual felino nocturno, se deslizó hasta el gran ventanal, abriéndolo de par en par, dejando así entrar los gráciles rayos de luna, que le dieron de lleno en el rostro.

Hermione no pudo más que aceptar la proposición de Draco, cuando este le dio a beber del cáliz del que, minutos antes, el lo había echo.

Hermione: -Pareces muy devoto, aquí en la iglesia a estas horas de la noche, ¿Eres cura, tal vez?- pronunció la chica, antes de dar un pequeño sorbo.

Otra tintineante risa resonó por toda la sala, mas esta vez fue sarcástica.

Draco: -No soy devoto, aún así siento… respeto, por así decirlo, en lo que a lo divino se refiere.

Hermione: -No comprendo…- pero no termino de hablar, y dejó caer el cáliz al suelo, provocando un gran estruendo.

Aquello no era vino. No sabía a vino.

Aquello era mucho más espeso, de un rojo más intenso, de un rojo…

Hermione: -¡Sangre!

Draco: -Claro pequeña, ¿Acaso esperabas otra cosa, viniendo de un vampiro?- hizo una pausa en la que miró intensamente a la castaña- Oh… ¿Es qué no habías reparado en ese detalle aún? Disculpa mi falta de educación, debería de haberme presentado tal y como la ocasión lo merece… - sonrió, mostrando sus dos prominentes colmillos a Hermione, como prueba de lo anteriormente mencionado – Draco de Malfoy, príncipe del reino vampírico de Londres- dijo, con una refinada reverencia.

A Hermione la estancia comenzó a darle vueltas, mareada por la situación.

Sentía todavía muy presentes las palabras de Draco, y el sabor amargo de la sangre en la boca.

¡Un vampiro!

Quería correr lejos, huir a cualquier parte donde él no pudiese alcanzarla, donde la cruda realidad de aquellos dos colmillos no pudiera bajarla de la nube en la que había estado sumida hasta aquel momento.

Aquello solo podía significar una cosa.

Iba a morir allí, a manos de un vampiro, de Draco de Malfoy, como muy bien se había presentado.

La había atraído hasta allí tan solo para alimentarse del néctar de la vida, de la sangre.

De su sangre.

Y no supo porqué, pero no se movió. Había algo más que quería hacer, una pregunta que la atormentaba, algo que deseaba descubrir…

Hermione: -¿Por qué? ¿Por qué yo?- dijo, con voz trémula pero segura.

Draco: -Te sorprenderías de saber cuan vacía puede llegar a ser la eternidad cuando no tienes con quien compartirla, Hermione.- afirmó, con voz anhelante- Día tras día he soñado con la amante perfecta, la mujer que debía acompañarme en mi eterno viaje. Noche tras noche, he salido en su búsqueda.- la miró entonces, con intensidad. La chica se sentía morir- Solo un alma solitaria, solo un alma como la mía… solo tu alma, Hermione Granger, logrará saciar mi sed. Solo tu compañía es para mí la indicada.

Y desapareció de su posición, junto al gran ventanal, para reaparecer después tras la castaña, que podía sentir su acompasada respiración golpeando su nuca, su cuerpo firme pegado por completo a su espalda…

Su penetrante olor mentolado avanzando hacia su nariz.

Todo en él era exquisito, casi un sueño.

Comenzó a acariciarla, haciéndole sentir de nuevo, despertando en ella emociones hasta el momento inexploradas… haciéndola vibrar con tan solo el toque de sus dedos por encima de la ropa.

Ella se giró, para poder verle la cara, para poder ver sus ojos… pero no tuvo tiempo de nada más antes de que el vampiro sellase su boca.

El mundo comenzó a girar a su alrededor, y la castaña se aferro fuertemente a la rígida espalda del rubio para no caer.

Ya no existía nada más, solo la presencia de Draco, y su ávida lengua penetrando el sacramento de su boca, haciéndole ahogar gemidos de placer.

Pero la falta de aire se hizo entonces presente, obligándola a separarse de él…

Y lo vio allí, frente a ella, con los labios rojos e hinchados por la fricción junto a los suyos, y lo supo…

Supo que era aquel el hombre por el cual había esperado toda su vida.

Alargó su mano hasta lograr el contacto con la porcelánica piel del muchacho, acariciándole así suavemente.

Hermione: -Mi príncipe de la dulce pena…

Y él no pudo esperar más, y la hizo virar, hasta que volvió a quedar de espaldas a él, apartando los mechones rebeldes de cabello que se resistían a ser exiliados.

Hermione cerró los ojos, sabía lo que venía a continuación.

"Muéstrame tu cuello y deja

Que mis colmillos rompan

La piel que impide que tu sangre sea para mí

Y tu vida sea eterna, morirás cada mañana

Y renacerás al anochecer."

La castaña ahogó entonces un gemido, no sabía demasiado bien si de dolor o placer, extasiada. Solo podía notar las manos de Draco firmemente apoyadas sobre sus hombros, y sus colmillos sobre la piel ahora rasgada de su cuello.

¿Qué venía a continuación? ¿Qué?

 

 

Hermione despertó entonces, sudorosa, de aquel eterno sueño en el que se había visto sumida, buscando a tientas a Draco sobre la mullida cama.

¿Todo había sido un sueño? ¿Acaso acababa aquello allí?

Se levantó de la cama dirigiéndose hacia el gran ventanal de la habitación, buscando tomar algo de aire para aclarar sus ideas, y con algo de suerte, lograr despejarse, pero algo la frenó antes de llegar, una carta sobre su escritorio, una carta negra junto a una rosa roja…

Sin pensarlo dos veces, la abrió, leyendo su contenido, mientras las lágrimas caían libremente por su níveo rostro y una tímida sonrisa asomaba en sus labios.

 

La tristeza es mi sangre, y a su vera, mi vena

Donde mora de pena, donde muere de hambre

Hambre y melancolía, de que la luna este llena

De amoríos y alegrías

Soy el príncipe de la dulce pena.

Un beso es donde tu terminas

Y un abrazo tuyo, mi abrigo

Tu boca, donde allí germina mi delirio y mi muerte

Si es contigo.

DdM

 

Todavía con las letras baliando en su mente, y la rosa en su mano, salió al balcón, justo cuando el sol asomaba por entre las desgastadas montañas.

Entonces lo volvió a oír, tan sugerente, tan orgulloso… tan suyo.

Draco de Malfoy

-Volveremos a vernos, pequeña…

 

 

 

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